Hoy mientras caminaba de regreso a casa, escuché una hermosa
melodía, era el soundtrack de mi caminar, de mi pensar, de mi instante en el
espacio tiempo mientras se escribe la historia; la historia del mundo. Caminé
más lento, me detuve, tuve que hacerlo. Miré al otro lado de la calle. De mi
lado hay un largo muro. No veo más que la cotidianidad. Sigo. Sigue. Me
detengo. Sigue. Volteo otra vez. Ahí hay una ventana abierta, con una luz
encendida, el cuarto es verde, y no hay nadie, pero de ahí viene el sonido de
un violín. Miro detenidamente, atenta a que algo aparezca, me escondo detrás
del árbol aunque el mundo aún puede verme. Se asoma por ahí, con su instrumento
toca, no distingo quién a quién. Nunca voltea. Pero es agradable a la vista, es
un hombre, de cabello largo. Veo reflejado en él los amores de mi vida, y los
no amores también. Es la pieza sin rostro que siempre repito, el anhelo que
nunca se cumple. Él arriba recrea música, yo espío desde abajo, detrás de un
árbol. Desaparece del marco de la ventana. Escucho una vez más antes de
continuar mi marcha, de regreso a casa, donde el mundo no tocará para mí.
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