Y el cuerpo que yace tendido sobre la banqueta adquiere más
vida conforme pasan las horas, e incredulidad de su transitada existencia.
Pasa un joven y lo mira. Ve sus ojos negros, ni del todo
cerrados, ni del todo abiertos, lo mira de nuevo, confirma que no se mueve y
pasa de largo. La mujer de vestido largo y negro ni siquiera ha notado que casi
le pisa la cabeza, va ocupada, con el teléfono en mano. Pasan a un lado, pasan
del otro, a algunos les da asco y ni se acercan, a otros lástima y no hacen
nada por el pequeño cuerpo, inmóvil desde hace horas, en la banqueta. Si supieran
que su lástima no pueden salvarlo.
Apareció, así de la nada, no gritó siquiera, no emitió
sonido alguno, cuando vimos, sólo estaba.
Su rostro afable no transmitía dolor ni sufrimiento, como si
ni siquiera se hubiera enterado de que iba a morir, como si la muerte le
hubiera llegado en el momento más cotidiano.