Era un día
como cualquier otro, yo estaba en mi recámara, reposando sobre mi cama
rememorando todas las palabras que Diego me había dicho antes; todos los
momentos a su lado paseaban por mi cabeza una y otra vez. Cerraba los ojos y
escuchaba su voz sutil adentrarse por mis oídos. Mi corazón comenzaba a
palpitar con más apuro, era imposible contener ese sentimiento por un segundo
más, sentía que me asfixiaba y a la vez, sublimemente me elevaba al cielo.
-Si sigo ocultando esto un
día más, seguro moriré por dentro -
me decía a mi misma mirando al techo y con las manos sobre mi pecho¾ ¡necesito verlo,
realmente lo necesito!
Tomé mi
bicicleta y mi dirigí con muchas ansias al cañón, donde Diego y mi hermano
quedaron de verse, a ellos les gusta practicar deportes extremos, y como el día
estaba radiante desde su amanecer, practicar paracaidismo no sería un problema.
Tardé
alrededor de media hora en llegar, pero extrañamente mis piernas no estaban
cansadas, en cambio, cobré mas fuerzas para poder subir hasta la cima, desde
donde suelen arrojarse al vacío los amantes de lo extremo. Sin embargo no
llegué a ascender más de la mitad del cañón.
Bajé de mi
bicicleta y corrí gritando el nombre de Diego, quería alcanzarlo cuanto antes,
quería verlo. No tenía tiempo para discutir con mi temor y acobardarme otra
vez, esta vez no. No tenía planeadas las palabras exactas que le diría,
esperaba que aún con mi nudo en la garganta y la emoción del momento, saliera
de mí la frase perfecta. Miré al cielo preparándome para lo que me avecinaba, y
fue entonces que vi a mi hermano desde su paracaídas descender.
-¡Es demasiada altura! - exclamé con asombro -¡Desciendes muy rápido!
Y no lo decía
sólo por exagerar la situación.
Comenzó a
girar muy bruscamente, como si hubiera perdido el control. Su paracaídas había
perdido su forma, se estaba enredando con las cuerdas, estaba cayendo
velozmente. Palidecí en ese instante y se podía ver mi terror a flor de piel.
-¡Cuidado! -grité aterrorizada a mi
hermano, que más tardo en quedar enredado entre los árboles que yo en subir
hasta donde se encontraba.
-Ayúdame a bajar- colgando de un árbol
-¿Pero qué pasó? ¿Cómo fue
que se enredaron las cuerdas?
-Están rotos… los
paracaídas están rotos…. Diego!
Mi piel se
supo chinita, rápidamente volteamos hacia arriba y venía Diego cayendo a gran
velocidad, fueron los segundos más eternos de mi vida, mi hermano y yo no
podíamos concebir lo que veíamos, no había árboles para amortiguar su caída,
una caída en seco, su cuerpo caía desenfrenadamente hasta el fondo del cañón envuelto
en cuerdas y su paracaídas.
Rápidamente
logre que mi hermano bajara del árbol y con la angustia más grande que jamás
había tenido en mi vida corrimos hasta Diego. Millones de ideas cruzaron por mi
cabeza en ese instante y el camino parecía no tener fin.
-Y si está muerto…. de sólo pensarlo se
humedecían mis ojos, no podía creer que hubiera caído de tal altura, mi corazón
subió hasta mi garganta, mi pies volaban torpemente, sólo quería que estuviera
bien…. Que estuviera vivo.
-¡Dieguito! -gritaba yo mientras nos
acercábamos corriendo, pero temerosos de lo peor.
Al llegar la
escena ante nuestros ojos era horrible, no había mucha sangre pues el
paracaídas se hizo bulto y quedó bajo de él, pero estaba inmóvil, con muchos
rasguños y se podía ver que los huesos de sus piernas no estaban en una
posición natural. Lo movíamos cuidadosamente para ponerlo sobre su espalda,
pero no había expresión alguna de él. No gemía de dolor, no abría los ojos, no
se movía y respiraba con mucha dificultad, era espeluznante verlo, sin embargo,
estaba, milagrosamente, vivo.
Mi hermano
trató de sentarlo, pero su cabeza se movía de un lado a otro, no tenía fuerza
alguna, abrió los párpados un poco, sólo se veían sus ojos en blanco, tratamos
de hacerle reaccionar, pero estaba inconsciente. Estábamos desesperados,
gritábamos por ayuda, lloré de ver a Diego casi muerto. La alteración del
momento me hizo olvidar lo que ocurrió después de eso, a excepción de un ruido
de helicóptero, fue así como lo llevaron al hospital.