Casa del Muffin

Este es un pequeño espacio personal, mi asilo mental; lo compartiré con ustedes, disfruten con un muffin en mano y una rica taza de té (:

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Monólogo

   Se encontraba a cinco metros de distancia. Pláticas, miradas, dibujos; nada de eso importaba realmente ahora, porque él tenía un arma apuntando a su cabeza, a la vista de quien pudiera estar allí, si para su suerte, la escuela no hubiera quedado vacía, a excepción de ellos dos. La respiración era ligera, y el aire pesado.

   -Recítame un monólogo... de por qué no debo matarte- sus palabras eran firmes, sin molestos nudos de la garganta de culposos sentimientos; y sus pies, estaban bien plantados en el suelo. Nunca perdía la postura, o al menos, ella nunca lo vio perderla. 

   Era en verdad, un suceso inesperado, pero se quedó quieta, como un niño perdido que no quiere que vean detrás de sus miradas dudosas, cuando la calle le parece desconocida, y si muestra terror, si hace evidente su miedo, se expone débil como es, y le pueden dañar. Claro que ella no pensó en todo eso, era una práctica que hacía todo el tiempo, cuando por tonta se extraviaba.

   Lo miró a los ojos, en ningún momento le quitó la mirada fija y penetrante, como si tratara de ver detrás de sus acciones, y de las palabras. Debajo de esas pobladas cejas había...

   Preparó el arma, un sonido que haría correr a cualquiera, pero este no fue el caso. Era el reto evidente. Era la realidad golpeando a su cara.

   - Qué debería hacer... si mis piernas no se mueven. Podría correr ahora, y me dispararías. O podría dar un par de pasos hacia ti, y tratar de convencerte de bajar el arma. Pero veo en tus ojos tantas dudas y miedo como en los míos, tanto temor. Temor a la vida. Porque ese miedo que sentimos se ha vuelto mutuo, eso nos une ahora, la duda de huir o enfrentarme, de disparar o no hacerlo, eso lo sentimos ahora, y estando en vida. Pero si me disparas, eso ya no importará, y el miedo y mis dudas se habrán esfumado. Pero tú, tú te quedas en vida. Y es ahora  cuando siento compasión, no por lo que vas a hacer, sino por lo que vas a sentir. Después de matarme, después de la duda, después de la culpa, después y a partir de mí. Sin embargo, sigo aquí sin poder moverme, porque mis piernas ya no me responden, así que mi vida ya no depende de mí.

   Y es curioso, porque esta historia puede tener dos finales. En ambos, ve la humanidad y el desinterés de querer vivir. En uno, muere en cuerpo, y en el otro muere en mente.

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